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sábado, 10 de julio de 2021

PARA LOGRAR EL DESARROLLO LA ARGENTINA DEBE DESTRUIR SU SISTEMA POLÍTICO

 

No son momentos para la especulación o la tibieza. Los países subdesarrollados la están pasando muy mal en pandemia. La actividad privada está sufriendo un desgaste nunca antes visto. En Argentina, la “grieta” es una realidad. Algunos se lo adjudican al fanatismo. No están equivocados, pero hay algo más. La grieta representa “la lucha por los recursos económicos”. La grieta de la Argentina es económica, no me cabe la menor duda. No siempre fue así. En los 80’s el país lograba salir de una dictadura militar para alcanzar la democracia republicana. Utilizando la métrica de Pareto, el 80% de la sociedad disponía de unos valores fuertes, un nivel de educación elevado, y una cultura semejante a la que disponen los países desarrollados.  Ese sueño llamado democracia republicana, duró lo que duró la presidencia del Dr. Raúl Alfonsín. A partir de su victoria, se empezó a gestar en el país lo que al presente describo como “la dictadura política”. Un sistema cerrado de beneficios para un sector concentrado de la sociedad, constituido por el poder político, judicial, sindical, cierto poder empresarial y lo más reciente, el poder de los pseudo líderes sociales. Este poder mantiene a la economía encerrada en su lógica destructiva. La lleva del “populismo” al “ajuste” y del “ajuste” al “populismo”. Convirtió a la democracia en un proceso de legitimación de la “inoperancia, la incapacidad y la corrupción”.  Cada dos años, los argentinos estamos obligados a votar, a colocar un “papel repleto de nombres” en las urnas sin conocer quiénes son esas personas, cuál es su currículo vitae, su declaración jurada de bienes, sus estudios, sus ideales, sus intenciones, “sus prontuarios”. De igual modo, las “alianzas electorales”, las cuales no están obligadas a presentar sus ideas en una plataforma. No están obligadas a decir: “que quieren hacer, como lo van a hacer, con qué recursos, en que tiempos, y que intereses afectarán”. Los argentinos nos hemos acostumbrado a votar “caras sonrientes”, “personajes que no tienen la obligación de debatir”. Cuando llegan al poder, se ajustan sus remuneraciones como quieren, mal utilizan los fondos públicos, se toman la libertad de contratar de forma directa empleados públicos que no hacen otra cosa que “pinchar papeles, ir a una plaza a marchar, aplaudir, hacer número, a justificar su sueldo”. Los famosos ñoquis. A esto se le suma el poder sindical y sus acuerdos populistas. Licencias con goce de sueldo por años para aquellos que se afilien al partido A o al B.  

El sistema creado por la política que actualmente rige los destinos del país, es un “sistema perverso”.  Un sistema que no tiene “ni retroalimentación ni control”.  Por ejemplo, si un legislador del partido A de la oposición, gana las elecciones, y decide pasarse al partido oficialista B, no tiene ninguna penalidad. Ni se le exige la renuncia. No hay persona de poder en la Argentina que “se encuentre obligada” a demostrar el recorrido de sus ingresos y su patrimonio”. Ni jueces, ni sindicalistas, ni líderes sociales.

Este sistema político obliga a los candidatos a ofrecer (cada dos años) promesas que no podrán cumplir para lograr el voto.  La única herramienta de control visible, es el “presupuesto de la nación” que, en la Argentina, todo el mundo sabe, es un “invento”, un “pronóstico que jamás se cumple”. Además, representa números descolados de la realidad, descolgados de un plan, de un proyecto país.  por tal motivo, no sirve para nada.

 

Más de 20 millones de personas cobran del estado (entre sueldos y subsidios), el cual es mantenido por apenas por unos 6 millones de trabajadores del sector privado. Por cada 100 empleados privados, hay 55 públicos. La jubilación mínima en el país es de $24.000 (pesos, redondeados). Un legislador gana 10 veces más, un juez 23 veces más, y un intendente entre 15 y 37 veces más.

En la administración pública, se ocupan cargos por relaciones políticas, salvo la parte estratégica del estado como es el caso de las universidades y algunos cargos de empresas de servicios. Muchos de los empleados incorporados en las últimas décadas tuvieron que ver con razones políticas (acomodos, pagos por apoyo electoral) y no con necesidades de la ciudadanía.

Todos los recursos que el estado brinda a los sectores de menores ingresos, se transforman en “estables” (derechos adquiridos) como, por ejemplo, la asignación universal por hijo. Desde que se han implementado, jamás se han convertido en “trabajo digno”.

Queda claro entonces que no es la “ideología, ni la vocación de servicio” la que determina la grieta en el país. Es la lucha por los recursos del estado. De un lado, los que quieren progresar en la actividad privada y pagar impuestos razonables que se transformen en servicios de calidad para la comunidad, y por el otro, los que nunca han emprendido, los que no saben hacer un cheque, pagar un sueldo, hacer una mezcla de material para revocar una pared o levantarse temprano a la mañana para ingresar a la fábrica. Son aquellos que bajo la bandera de la “igualdad social, la libertad sindical, la justicia social, la lucha de clases y tantas otras tonterías más que venden con gran habilidad”, aprovechan el sistema electoral para enmascararse en una lista y vivir del esfuerzo de los privados, vivir sin trabajar.

Nadie puede negar la importancia del estado, ni los servicios que presta a la comunidad, pero en un país como Argentina donde el estado, no puede garantizar la seguridad, la justicia, la salud, la educación, la libertad, la democracia termina siendo un “trámite obligatorio para legitimar la impunidad, la vergüenza, el descaro y la corrupción”. El único negocio, la única actividad que ha prosperado en los últimos 50 años en la Argentina, ha sido el “oficio del político y todo aquel relacionado con este sistema perverso”. Personas que cobraron, cobran y seguirán cobrando fortunas, no importa si el país se hace mil pedazos. Personas que seguirán utilizando a “vivos y a ignorantes” para permanecer en el poder y cambiar de lugar cada 4 años.

El desafío es claro, o los argentinos nos decidimos a refundar una nación, refundar la constitución nacional, y a destruir el sistema político vigente, o seguiremos cayendo en la extrema pobreza, la indigencia, la ignorancia, lo que da como resultado la implantación de una tiranía y la pérdida de la libertad en toda su expresión. La solución está en nuestras manos, en la conciencia, en nuestros corazones, y en el coraje para convertirnos en protagonistas de la historia, coraje para salir de la dependencia electoralista, y tomar las decisiones que debemos tomar por nuestras familias y las futuras generaciones.