Comunicación interpersonal: Las 9 claves que
despiertan el poder de la empatía.
El poder de la empatía.
Por Mercè Roura.
Blog de Mercè
Roura.
Cultiva tu empatía,
practica la humildad.
Ser una persona empática
te abre camino. Supone un plus en muchos aspectos de tu vida. La
empatía es una gran aliada, una gran inversión en el buen profesional que
quieres ser y la persona extraordinaria que llevas dentro y aspiras a mostrar.
La mejor forma de
“venderse” es evidenciar ante los demás que sientes como ellos sienten y que te
importan. Y sobre todo, hacerlo de forma honesta y humilde.
1. No
cortes el ritmo, deja fluir…
Escucha. Escuchando se
aprende y se hace grande tu intuición. Aprendemos y maduramos a golpes y
también observando con ojos hambrientos. Todo tiene un tiempo y un ritmo, no
cortes ese ritmo que fluye en una conversación… Dedícale un tiempo.
2. Dí
que sí
Asiente cuando te
hablen, que se den cuenta de que escuchas de forma activa e interiorizas lo que
dicen. Que te llega, que te salpica tu dolor y su emoción, que eres humano y
que te conmueven sus sentimientos. Que quede claro que estás a su lado y que no
es para quedar bien durante esos cinco minutos en los que tomas un café … Las
personas no son un café.
Muchas personas no
escuchan cuando les hablas, están ocupados mentalmente pensando qué van a decir
y buscan el momento para interrumpirte, porque les interesa más quedar por
encima de los demás que obtener información que les podría ser muy útil para
conectar con esa otra persona y compartir un momento de cercanía. No pueden
callar y esperar, quieren aparentar y marcar su territorio, dominar, dejar
claro que ellos también tienen mucho que decir.
Cuando, precisamente, si
alguien te está contando lo que le afecta y necesita hablar, detestará que
hables tú y lleves la conversación a tu terreno. Le dolerá que destaques más tú
en ese momento justo, que cuando le toca a él exponerse y, tal vez brillar en
su exposición, le quites el puesto.
Una de las cosas que más
angustian y fastidian en un diálogo es estar contando algo y ver que la otra
persona calcula tus exhalaciones de aire para encontrar un hueco y poder
hablar. Constatar que tiene el cuerpo hacia delante, en posición de ataque y
preparado para contarte algo cuando aún no has acabado con tu explicación. Que
incluso, en medio de tu disertación emotiva, es capaz de citar algo poco
trascendente o distraerse con el paisaje que le rodea.
3. No
siempre eres el protagonista de todas las historias
Hay personas que lo
protagonizan todo, incluso las tragedias ajenas. Llegan hacer sentir culpables
a los demás cuando está hundidos porque lo que les cuentan les afecta o distrae
de sus obligaciones o planes. Personas de esas que te vienen a ver al hospital
porque estás enfermo y en lugar de preguntarte cómo te sientes, darte ánimo y
ayudarte a sobrellevar el mal momento, se dedican a decirte cómo les has
fastidiado la tarde por tener que venir y las peripecias que han tenido que
superar para hacerlo.
Personas que cuando otro
es el foco de atención del grupo, aunque sea por una mala noticia, no saben
encajar en su lugar y buscan desempeñar un papel más destacado hasta ponerse en
evidencia, incluso. No puedes ser siempre el protagonista de todo ni es
positivo para ti porque puedes sobrecargar a los demás. No protagonices los
momentos estelares de otros, ni les usurpes su escenas…
4.
Deja que te cuente su historia y se recree…
Que no pase el tiempo ni
te importen los minutos. No hay medida para la compasión y la emoción, no hay
reloj ante su dolor o ante su felicidad o su alegría si te cuenta que algo
hermoso le sucede.
Recuerda que no eres el
centro del universo. Si te cuenta su historia porque se siente mal, no busca
que tú le cuentes la tuya, no al menos de buenas a primeras, y si no es para
ayudarle sacando una moraleja que pueda echarle una mano. Para explicarle cómo
superaste tú una situación similar.
A veces, alguien nos
cuenta cómo se siente y nos habla de lo que le pasa y parece que se establezca
una competición a ver cuál de los dos está más hundido o fastidiado. Cómo si
pudiéramos calcular el dolor con un barómetro y decidir quién es el ganador. Si
su historia es alegre, siéntete bien por él. Siempre he pensado que alegrarse
de lo bueno que les pasa a los demás es muy saludable y que la dicha es
contagiosa.
5. Da
importancia a sus palabras y sus gestos.
Fíjate en sus palabras y
el énfasis que pone en ellas, cómo las dice, por qué usa esas y no otras.
Piensa cómo te sentirías tú en su lugar y lo que necesitarías, piensa qué
esperarías tú de otra persona si te encontraras en su encrucijada.
6.
Controla tu lenguaje no verbal, que note que le importas…
Mírale a los ojos y
descubre qué te dicen. Mira con respeto, a rachas, no vayas a agobiarle o
parecer inquisidor. No mires otras cosas, haz que note que te importa. Observa
sus manos, su postura, ponte a su lado emocionalmente y deja que tu cuerpo
transmita que lo estás de verdad, que vas en serio.
Toma la distancia
adecuada, que no es otra que la que merece la situación. Pasa a una distancia
más íntima si es necesario, sin invadir su espacio si notas que se aleja. Tal
vez, no os conozcáis demasiado pero si la persona que tienes delante se abre
ante ti, debes responder con apertura mental, que se note que la comunicación
fluye. No te cierres, no te cruces de brazos y pongas una barrera entre
vosotros.
A veces, nuestro
lenguaje no verbal no transmite lo que sentimos porque nos ponemos corazas para
disimular nuestras emociones. Otras, sencillamente no transmite empatía porque
no sabemos usarla.
Algunas personas, cuando
intentan escuchar el relato de otras sobre cómo se sienten, no saben cómo
responder a las emociones y se ponen a bromear y a esquivar la profundidad del
tema porque ahondar en los sentimientos les pone nerviosos. Eso es terrible
para el que habla porque no sólo deja claro que no le importan sus sentimientos
sino que además no le entiende y le parecen una estupidez.
7.
Dale esperanza y no relativices.
Dale esperanza. No hace
falta un “todo saldrá bien” porque hay situaciones en las que es muy obvio que
no saldrá bien y, aunque toda situación tiene una moraleja y un aprendizaje, en
un primer momento, si la realidad es muy dura, un comentario de este tipo puede
parecer una frivolidad. No siempre se puede relativizar todo, hay muchas
situaciones en la vida que requieren callar y abrazar, susurrar un “me tienes
aquí contigo” y compartir un rato.
Además, hay muchas
formas de esperanzar a alguien, sencillamente con un abrazo, un afectuoso golpe
en la espalda, una mirada de cariño, un “estoy aquí pase lo que pase” le hará
ver que no está solo, que alguien pensará con él soluciones si el problema
empeora, que alguien le escuchará…
8. Sé
oportuno…
El sentido de la
oportunidad es casi un don, una consecuencia de cultivar tu intuición. Requiere
un esfuerzo para concentrarse en vivir el momento presente, sin escuchar todas
esas voces interiores que nos recuerdan que llegamos tarde, que tenemos prisa,
que estamos cansados… Y requiere también saber encontrar el punto justo para
actuar y las palabras adecuadas. Para ello hay que dejar de escucharse a uno
mismo y sincronizarse con los demás.
No le hagas sentir
culpable de nada. Todos somos responsables de nuestras acciones pero no deben
ser una cruz que nos señale para siempre, sino una experiencia más que nos
ayude a crecer. La palabra “culpable” y la sensación que lleva adherida son una
losa, una mancha pegada que no se borra. No digas “te lo dije” porque con ello
lo único que haces es quitarte de encima esa responsabilidad tú, para que quede
claro que eres más sabio y ya tenías claro qué iba a pasar.
Deja las reflexiones
para un momento más oportuno… Tal vez más tarde sea el momento de ayudarle a
ver que es responsable en parte de lo que sucede y que (ahí está la buena
noticia) por tanto, eso hace que tenga la llave de la solución y pueda salir de
esta situación con nuevas herramientas para evolucionar como persona. Los
responsables dirigen su vida y solucionan los conflictos, los culpables
arrastran una culpa imaginaria como si fuera una sentencia inapelable.
9. Usa
tus palabras, no las de otros…
Las palabras curan, son
terapéuticas. No uses frases hechas y vacías. Busca las tuyas. Dosifica tus
palabras como si hablaras con cuentagotas. Que no sobre ninguna, pero que no
falte. Da importancia a la forma de decirlas, cuida el volumen. No fuerces el
tono, acaricia cuando hables, susurra si hace falta, acompáñale con la mirada y
la sonrisa. Sé firme si hace falta, siente, pero no en la tentación de
regodearse en la tragedia.
Sé tú mismo, que te
reconozca en lo que dices, que note que eres sincero y honesto, que sepa que no
actúas… No actúes. Ponte en su lugar e imagina qué desearías tú si fueras él.
Ponerte en su lugar no te hace pequeño, te hace grande… Recuerda que no se
trata de fingir, sino de sacar de dentro esa parte que hace que el resto del
mundo te importe.
Si todo esto te cuesta
un esfuerzo inconmensurable, no lo hagas, se notaría que lo haces de forma
mecánica y generaría justo en efecto contrario. Y si puedes, reflexiona por qué
te cuesta tanto, ¿es porque miras a los demás desde abajo, pones corazas por
timidez y te cuesta abrirte o hacerles un hueco o porque les miras desde arriba
y no te parece que merezcan la pena sus pequeñas miserias?
Recuerda que una palabra
amable cambia a veces el curso de una historia, no subestimes su poder. La
capacidad de sentir lo que otros sienten no te deja en un segundo plano, te
hace poderoso y te da infinitas posibilidades de crecer. Cuando aprendemos a
servir a los demás, en un plano de igualdad, es cuando realmente somos grandes…
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