Estimado
amigo,
Según el
diccionario de la Real Academia Española (RAE), se denomina idiota a las
personas que son engreídas sin fundamento para ello y a los tontos carentes de
voluntad para el entendimiento. Con ello no estoy diciendo que tú lo seas, sino
ponerte en el contexto adecuado para entender mis palabras. Estoy seguro de que
reaccionarás con ira, desdén o incluso indiferencia, y nada sería reprochable
sino fuera porque seguirás sin darte cuenta de que por muchas habilidades que
tengas (que las tienes) por muchos conocimientos que hayas acumulado (que ahí
están) tu actitud es la que rompe la baraja para crear durante años una
situación de desesperanza y hastío a todos cuantos te rodean.
Les
entiendo. Y he tardado, no te creas. Incluso al principio me fascinó tu
capacidad de trabajo, y pensaba que tus formas agresivas, tu hiper exigencia
estaba siendo un reto endurecedor, capaz de llevarme a ser mucho mejor de lo
que era, a convertirme en un profesional a prueba de fracasos y con la mirada
puesta en lograr éxitos para la empresa.
Pero llega
un punto en que, a todos nos pasa contigo, te das cuenta de que pasa el tiempo
y comienzas a ser bastante peor de lo que eras. Abres los ojos a un liderazgo,
el tuyo, soberbio, incapaz de distinguir las actitudes de las competencias, que
valoras por igual al listo que al necio, que aplicas la misma vara de medir
para pedir un café o examinar un balance.
De pronto tu
discurso de llena de frases que hacen bajar la cabeza a quienes te rodean.
Seguramente
en otra empresa te habrían despedido por ello, pero ya has creído que todas las
empresas son como la tuya, querido amigo. Con esa bilis cargada de gestos
arcaicos y autoritarios, de opiniones arbitrarias y dichas con tal contundencia
que nadie es capaz de rebatirlas. En cualquier empresa seria, un CEO que diga
“solo yo tengo la visión que esta empresa requiere” después de años en el cargo
hubiera sido defenestrado por inútil, por incapaz de transmitir su visión a
quienes han optado por mirar por otro lado.
Por supuesto,
tienes tus acólitos. Personas que se han ‘institucionalizado’ y resignadas
cumplen con su trabajo porque, por alguna razón, han hecho callo en su ánimo.
Pero la mayoría te temen, pasan delante de tu despacho con prisa, y si cruzan
el dintel cruzan también los dedos para que a la salida no salgan con el rabo
entre las piernas.
Como
directivo ganas dinero, y lo haces ganar a tu empresa. No lo dudo. Pero a qué
precio, madre mía. Todavía no te has dado cuenta de que realmente lo estás
perdiendo, porque estás dejando de ganar miles, millones de euros que estarían
al alcance de tu mano si tu equipo (si se puede llamar así) tuviera la mitad de
la motivación que les robas sin pudor cada día
Tus gritos,
tus broncas absurdas hacen que los demás se sientan como niños cuando el más
pequeño eres tú. Pequeño en ver que la dimensión humana vive en el presente,
uno desolador que no entiende de tu exigua trayectoria o tus éxitos pasados.
Una dimensión de motivación y compromiso que se aleja de ti con tus sentencias
épicas que darían para libros enteros de incompetencia y desprecio. “Estoy
rodeado de inútiles” (tu responsabilidad), “tú a mí me tienes que dar la
solución” (empleados como despachadores, no como miembros de un equipo), “No
vuelvas a entrar a mi despacho para esto” (la amenaza como motivación, un gran
plan).
Lo más
divertido fue, sin embargo, oírte decir, en varias ocasiones “yo soy un gran
profesional”. Autodenominarse así ya es un síntoma de que no sabes nada
de las personas. Me quedé de piedra cuando vi que anotabas todas las cosas que
decían los demás, los agravios, los errores para luego poder echárselos en cara
en esas evaluaciones tan repletas de números como carentes de criterios
objetivos. Eso es el corazón de tu desdén, amigo mío. Que diriges a las personas
a través de sus errores, de sus debilidades, y como siempre van a cometerlos,
el círculo de rabia, rencor y frustración se hace cada vez más potente y te
aleja del mundo real.
Pero aún hay
solución. No te indignes, no te tomes estas palabras como una afrenta sino como
una señal (otra más). Hay una lectura positiva. Y es que puedes cambiar. Porque
tienes las competencias para ser un gran directivo.
Te costará
algunos años, y vas a tener que aprender la humildad de los grandes, aquellos
que hicieron legión con sus equipos. Que no eran perfectos pero no dejaron que
los demás cayeran como moscas a su alrededor. Que entendieron el espíritu
humano como algo que hay que abrazar, que mimar para que salga lo mejor de sí
mismo. Y no, no es dar palmaditas en la espalda que te veo venir. Es tratar de que
tu irritante protagonismo se convierta en el apoyo que esperan, y no en la
bronca que les acecha. Olvídate de la historia, y de lo que has hecho los
últimos 5, 10 o 30 años. Olvídate de tus antecesores, ellos ya demostraron lo
que sabían hacer o no. Tienes una oportunidad más, o quizás dos antes de que el
mundo te desdeñe más allá de tu torre de marfil
Si has
llegado hasta aquí, y has puesto nombre y apellidos a todo esto, no te quedes
en el “efectivamente, es un ogro”. No, el auténtico líder se examina a sí
mismo. Y en ese examen siempre hay una pregunta que nace, si se hace
honestamente. ¿Qué puedo hacer yo para que esta situación cambie? Y tú mismo
eres la respuesta.
FUENTE:
Miguel Ángel Pérez Laguna - HH.RR Expert. Talent Management. HR Business
Partner.Recruitment 2.0. Training. Employer Branding
- liderandotalento.com
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