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jueves, 5 de noviembre de 2015

De la cultura de la supervivencia a la cultura del desarrollo sustentable.




La democracia en Argentina nos ha hecho un flaco favor en lo que respecta al desarrollo sustentable del país. Luego del advenimiento de la democracia en el 83, una sucesión de hechos desafortunados que llegan hasta el presente, nos ha privado a los argentinos de vivir en un país racional y en vías de crecimiento.
No es culpa del sistema democrático el cual sigue siendo hoy aunque con grandes imperfecciones, el mejor en términos de preservar los derechos y las oportunidades de los ciudadanos. El problema de la Argentina es claramente su nivel de educación, cultura y liderazgos. Estos conceptos son muy pobres si uno observa a la sociedad y a los líderes elegidos por la sociedad para conducirla.
Cuando la sociedad se acostumbra a ser gobernada por líderes mediocres, sin principios ni valores, pero además, sin ninguna formación profesional que contribuya a una visión amplia del mundo, la resultante es el estado actual de las cosas.

La forma para acostumbrarse a la mediocridad es simple, es una suma de factores:

Mediocridad = aceptación + justificación + exculparse

Aceptación: Somos lo que somos.

Justificación: pensar en que las cosas van a seguir como están y nada cambiará, por lo tanto, me debo conformar con lo existente.

Exculparse: Echarle la culpa a otros de lo que nos pasa (fondo monetario, fondos buitres, medios periodísticos, determinada clase social, etc., etc.) sin aceptar que somos nosotros los que tomamos decisiones (nadie nos obliga). Salir siempre exentos de responsabilidades.

Esta fórmula ha estado presente en buena parte de las décadas recientes y nos ha llevado al "acostumbramiento", y esto ha ocurrido no tan solo en términos macro sociales, sino también en los ámbitos más sensibles a la producción que son el comercio, los negocios y las actividades emprendedoras.

“Si la realidad no se cambia, hay que adaptarse a ella”. Hemos creado la cultura de la supervivencia. Y esto se nota en la economía en donde la corrupción, la burocracia, las comisiones para arreglar por sobre la legalidad, la evasión fiscal, la informalidad laboral, son parte del paisaje.

¿Por qué llegamos a esto?

La respuesta es porque nos hemos adaptado al status propuesto desde el liderazgo y la magra gestión de las administraciones gubernamentales, llámense nacionales, provinciales o municipales. Es la forma que encontraron las profesiones de las ciencias económicas junto a los agentes económicos para sobrevivir y sostenerse, por ello el profesional valioso en esta lógica, ha sido el que ha encontrado en los vacíos de la ley, la posibilidad de hacer que su cliente, pague lo menos posible y no fallezca comercialmente en el intento.
Todas las trampas reglamentarias a la economía que se han tenido que sortear al presente no fueron gratuitas.
Hoy tenemos, empresarios que no saben planificar ni conocen el largo plazo, profesionales que no entienden de estrategias ni desarrollo sostenible, modelos mentales que se encuentran más cerca de la reducción de costos que del crecimiento y el compromiso por las políticas.
Las empresas sufren los vaivenes de las “reglas económicas” que los afectan y por ende afectan la economía.

¿Existe un camino al desarrollo sustentable?

SI, claramente existe tanto para el país como para las empresas, pero estamos obligados a reciclarnos como profesionales, como ciudadanos, si queremos ayudar a la transformación.
Según The Good Country index, creado por Simon Anholt, especialista británico en políticas públicas, ha determinado, utilizando una amplia variedad de información de las Naciones Unidas y organismos internacionales, que los tres mejores países del mundo son Irlanda, Finlandia y Suiza. Completan la grilla de los 10 mejores, Holanda, Nueva Zelanda, Suecia, Reino Unido, Noruega y Dinamarca. En este índice, la Argentina queda en el puesto n° 57 detrás de Uruguay, Brasil y Paraguay. El ranking evalúa las contribuciones de cada nación en siete áreas distintas en función al tamaño de su economía. Las categorías estudiadas son: ciencia y tecnología, cultura, paz y seguridad internacional, orden mundial, planeta y clima, prosperidad e igualdad y salud y bienestar. El índice resalta la importancia que los pueblos le asignan no tan solo a su propio bienestar sino también al de toda la comunidad global. Entre los peores países se destacan: Vietnam, Irak, Azerbaiyán, Angola, Zimbabwe, Indonesia, Benin, Venezuela, Yemen y Libia, sobre un total de 125.

La experiencia no será sencilla.

Es necesario transitar por tres procesos de cambio encadenados. El primer cambio cultural es el de dejar atrás el estado de supervivencia y pasar a la cultura del desarrollo, lo que marcaría en nosotros, un deseo de cambio y superación. El cuadro no es tan simple dado que nos hemos acostumbrado a esperar todo del estado y de líderes negativos que consideran a la política como un proyecto de inversión personal. Pasar de la cultura de la supervivencia a la cultura del desarrollo, es aceptar las reglas de juego del mundo, dejar la adolescencia y tomar decisiones sobre recursos,  personas y posiciones. En qué parte del mundo queremos estar, que lugar en el mundo queremos ocupar a partir de una política de desarrollo y en función a ello, trabajar duro para lograrlo. El segundo cambio es el más refinado de todos, y es pasar de la cultura del desarrollo a la sustentabilidad, lo que significa no tan solo ir detrás de la cantidad, sino también de la calidad. Crecer no es lo mismo que desarrollarse, y desarrollarse no es lo mismo que hacerlo de manera sustentable. 

La cultura del desarrollo sustentable debe ir de la mano de políticas de estado coherentes, pensadas para el bien común, no tan solo para un presente sino también para el futuro. El entorno en donde se produzcan las negociaciones tendientes a desarrollarlas se deberá dar en el marco de principios y valores racionales para que la competencia por el poder no desaliente su aplicación y sostenimiento en el tiempo.

La tarea es ardua y recién estamos por iniciarla. Como profesionales, debemos ir dejando atrás esa idea de acomodar el contexto para que las pymes y emprendedores se sientan cómodos en ello y comenzar a sembrar la idea del desarrollo.

No es tan solo revisando la legislación impositiva vigente o las normas del BCRA en materia de comercio exterior, o las regulaciones laborales lo que sacará a las empresas locales del subdesarrollo. Hay que proponer además un modelo de crecimiento con desafíos que vayan más allá de las coyunturas del corto plazo. Lo cual debe involucrar a su capital intelectual, las políticas, el diseño organizacional, los factores críticos de éxito y la fuerza intangible que se encuentra en cada grupo humano.

Todo un desafío para los que se han habituado a sobrevivir...



Lic. Claudio M. Pizzi
Director

www.dorbaires.com

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