Es
una consulta común expresada por todos nuestros seguidores en Latinoamérica. La
respuesta del millón de dólares. Bien, vamos a ver si podemos dejar una
respuesta clara al respecto.
En
primer lugar un sector de una empresa, es una parte del todo, pero NO es el
todo. Esto significa que si actúa en soledad, tomando decisiones “sectoriales”,
poco podrá hacer. Ni hablar si pretendemos resolver esta cuestión desde el
aspecto puramente “individual”. Un cobrador, o grupo de cobradores, un vendedor
o vendedores, por más que mejoren sus técnicas, no van a lograrlo.
Estamos
hablando de una “crisis”, una
situación diferente, en donde los parámetros normales no son aplicables, las
estrategias habituales no funcionan porque una crisis conlleva muchos
ingredientes.
No
voy a negar la frase que dice, “las crisis traen oportunidades”, es una
realidad, pero es solo una parte de ella. Las crisis también traen incertidumbre, miedos, conflictividad, sensación
de impotencia y en las organizaciones hacen estragos cuando no se cuenta
con un plan B.
No
son pocas las empresas que dejan el destino de las ventas y las cobranzas a los
responsables de los departamentos. Imaginemos que pasaría si nos encontramos
trabajando en empresas lideradas a través del sistema “cultura de reinos”. En
donde el sector comercial tiene sus objetivos y el de cobranzas el suyo y jamás
se encuentran en un punto intermedio. Imaginemos el escenario, ambos sectores
presionados para vender y cobrar.
La
“grieta” que se produce en los sectores por la “desesperación” de poder cumplir
con los objetivos no es menor y muchas veces la cosa termina mal, con
renunciamientos y despidos.
¿Qué podemos
hacer?
En
toda crisis, lo primero que debemos hacer (no es nada fácil), es calmarnos y “pensar”.
Toda decisión que se toma bajo presión corre peligro de ser desacertada. Cuando
una crisis explota es necesario revisar cuáles son sus antecedentes, el por qué
se ha llegado a tal situación. Aunque las crisis sean externas a la empresa,
siempre “desnudan” defectos, problemas centrales que podrían haber sido
corregidos oportunamente para evitar potenciarlos.
En
las cuestiones comerciales, la existencia de “políticas” claras en materia
financiera, crediticia, de cartera de clientes, suele servir de colchón ante
este tipo de cuadros. Una empresa que no tenga en claro el tipo de estrategia
comercial, que tipo de riesgo financiero absorberá, que tipo de securitización
propondrá para las operaciones a plazo, que técnicas y estrategias de cobranzas
acompañará la gestión de ventas, se verá más acosada por la crisis que otra que
ha puesto en marcha el plan B para
contingencias.
Un plan B para
crisis
consiste en definir el tipo de comunicación a ser utilizado tanto por
vendedores como por cobradores, las condiciones comerciales de coyuntura, que
tipo de clientes tendrán prioridad en función al estudio meticuloso de la
cartera, que nivel de capital de trabajo expondrá la empresa, que otros
segmentos podría abordar que no han sido trabajados en la actualidad, que nivel
de profundidad se deberá lograr en las relaciones comerciales con los clientes
para sostener los niveles de actividad, que servicios de soporte (tecnológicos –
asistenciales – profesionales) se necesitarán para hacer frente a esta etapa,
por cuanto tiempo, que fuentes de financiación alternativas serían necesarias
desarrollar para complementar las necesidades de capital en virtud del
potencial estiramiento de la cadena de pagos, que tipo de operaciones
especiales se considerarán y cuáles no. Qué tipo de gastos podrían ser omitidos
en esta oportunidad (cambio de sistema de comercialización), que nivel de apoyo
tendrán los sectores comerciales y financieros de la dirección de la empresa
(reuniones internas, con clientes, etc.).
Si
en situaciones comunes, estables, a través de procesos de auditorías, podemos
detectar fallas de conexión entre políticas crediticias, comerciales y financieras,
imaginemos que podemos encontrar en situaciones críticas.
¿Qué haría usted
ante un tsunami?
Hay
mucha coincidencia en los científicos respecto a lo que podría ocurrir. No se
puede evitar un tsunami, pero si se puede evitar un desastre construyendo un
plan de evacuación. En las organizaciones, las crisis no son tan drásticas como
lo podría ser un tsunami. Se dispone de más tiempo, y es posible observar las
señales con mayor claridad.
Debemos
tener muy en claro las diferencias entre “ACTUAR”,
“REACCIONAR” y “PREVENIR”. En las crisis organizacionales, actuar representa transitar los
problemas sin darnos cuenta que lo estamos haciendo. Es lo que ocurriría con
una empresa de producción local protegida, que no ha tomado ningún tipo de
consideraciones sobre las importaciones que están afectando su mercado desde
hace un buen tiempo. Reaccionar es
tomar medidas cuando la crisis explota, es intentar reducir los precios para
competir con los productos importados a riesgo de quebrar la empresa. Prevenir significa adelantarse a la
situación, buscando sistemas alternativos de comercialización que puedan
sostener la actividad hasta que pasen los efectos de la crisis y el mercado se
acomode a la nueva realidad. Esto podría ser mantener la producción e importar
a la vez para reducir costos y de esa forma poder arbitrar mejor los precios y
las condiciones de venta.
Son
ejemplos sencillos, menores, que solo sirven a los efectos de ilustrar en que
momento obramos ante las crisis. Las empresas en algún punto deberían parecerse
a un cuartel de bomberos. No importa si no hay alarma de incendios, lo
importante es ejercitar y estar listos para cuando la acción lo requiera. El
día a día, “lo operativo”, lo “urgente versus lo importante”, en la inmensa
mayoría de los casos, no permite despejar el tiempo necesario para trabajar en
los simulacros organizacionales. En aquellos ejercicios que podrían salvar la
empresa si un tsunami económico – financiero la acecha.
Lic.
Claudio M. Pizzi
Director
www.dorbaires.com
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