Como
ciudadanos, tenemos una obligación que cumplir antes que dejemos esta hermosa
tierra para convertirnos en materia inanimada o espíritus. Tenemos que aprender
a votar.
La
tarea parece sencilla si la reducimos a poner una boleta de algún candidato en
un sobre e introducirla en la urna.
La
diferencia entre habitantes y ciudadanos tiene que ver con los derechos y las
obligaciones. Estas últimas no son pocas y entre las que destacan se encuentran
el respeto por la constitución y el prójimo, el pago de impuestos, el respeto
por las leyes y la acción de votar con responsabilidad.
No
son pocos los que ensayan explicaciones sobre lo que nos pasa como país explorando
desde la prehistoria y buceando en las distintas ciencias sociales. Es
importante que aclare que las reflexiones implícitas en esta nota, aplican a
las generales de la ley sin distinción de ideologías o partidos políticos, y
que surgen de los errores que he cometido como ciudadano, por ello me permito
pensar de manera “práctica” sobre algunas frases típicas de la jerga.
1.
“El pueblo nunca se equivoca”. Me pregunto si el pueblo Alemán no se equivocó al
seguir a Hitler. Si somos humanos y cometemos errores, ¿que nos hace suponer
que en conjunto somos perfectos?
2.
“Lo voté y me defraudó, parecía otra cosa”. ¿No será que invertimos poco y nada en estudiar a los
candidatos?, ¿cuántos de nosotros, y me incluyo, hemos revisado los
antecedentes legales, patrimoniales, económicos y financieros de los candidatos?,
¿solemos revisar cuales han sido sus méritos profesionales y sus trayectorias para
ser votados?, ¿Por qué lo hacemos con un cliente o un proveedor y no con
aquellos que van a dirigir nuestros destinos?
3.
“No tengo tiempo de estudiar los antecedentes de los
políticos”. ¿No debería ser nuestra
obligación como ciudadanos?, ¿si les vamos a otorgar el poder para que tomen
decisiones por nosotros por el término de cuatro años, y el peso de esas
decisiones van desde cambiarle el nombre
a una calle hasta entrar en guerra con otro país, no es razonable invertir el
tiempo que sea necesario?, no votamos todos los días.
4.
“No hay opciones, hay que votar el mal menor”. La peor mentira que nos podemos creer. En toda
elección hay alternativas, el problema está en la capacidad de difusión de
aquellos que no tienen recursos. Nosotros tenemos la obligación de explorar las
variantes porque somos “ciudadanos”, no habitantes. ¿Por qué cuando decidimos
tomar personal para una empresa, estudiamos todos los currículos y pedimos referencias,
y tomamos meses para decidir, y no lo hacemos para elegir a un presidente,
intendente o gobernador?, ¿acaso un empleado tiene más poder de daño que un
político en funciones?, si la oferta no es tan abundante es porque no nos hemos
involucrado lo suficiente para mejorarla.
5.
“Esta gente solo se hace presente cuando vienen a
buscar los votos”. Eso se explica
porque no aprendimos a ejercer nuestro derecho a controlar. Cuando vinieron por
los votos se los dimos a cambio de una promesa. Cuando alguien promete algo no
está demás preguntarle “como lo hará” y si eso que hará será beneficioso para
toda la comunidad.
6.
“Sé que las cosas andan mal pero lo voto porque a mí
me va bien”. Si votamos de esa manera
nos transformamos en habitantes, no en ciudadanos. Si cambia el escenario no
tendremos derecho a reclamo alguno. ¿Dónde quedaron las demás
responsabilidades?, el bien común debe estar por encima de nuestras miserias
circunstanciales.
7.
“No lo voto porque no va a ganar”. Correcto, si pensamos de esa manera, convertimos esa
creencia en una realidad, no va a ganar porque hemos decidido eso. Es un error
no apostar a nuestras ideas, convicciones y principios. De esta manera
despreciamos un buen potencial candidato o programa de gobierno y además,
dejamos que el poder se concentre en pocas manos.
8.
“Lo primordial es la economía”. Es lógico, a todos nos gusta ganar y gastar dinero,
pero no es lo único. Si las instituciones andan mal, la economía tarde o
temprano seguirá el mismo camino, o serán pocos aquellos a los que les irá bien
en detrimento del conjunto. Un país normal y racional está representado por un
conjunto de variables que se vinculan estrechamente unas a otras. A la hora de
votar, es importante estudiar por lo menos las más representativas (justicia – educación
- cultura – libertad – oportunidades – eficiencia – calidad institucional y
democrática – proyectos de largo plazo – responsabilidad en el manejo de los
fondos públicos, podemos seguir…).
9.
“Los pueblos tiene los gobiernos que se merecen”. Parece mucho, creo que nosotros tenemos lo que
queremos con la educación que tenemos, no lo que merecemos. Cuando decidimos
votar sin saber a quién, elegimos la incertidumbre, cuando no nos involucramos,
elegimos el “piloto automático”. Sin embargo, las personas de bien, el grueso
de las sociedades, merecen lo mejor, el problema de cometer errores en el
sistema democrático es no poder corregirlos con rapidez. Un mal gobernante
puede cometer un error grave en minutos, un ciudadano puede corregir su error
votando o denunciando, lo que tarda años.
10.
“Como no me representa ninguno, voto en blanco o no
voto”. Estoy seguro que hay ocasiones
en que nosotros mismos no nos elegiríamos si fuésemos candidatos aunque
fuéramos la única opción. Somos humanos, somos imperfectos, así como no existe
el marido o la mujer perfecta, tampoco existe el político perfecto. No es
correcto votar en blanco o no votar porque la anarquía jamás se podrá
establecer como un sistema de gobierno. De seguro podremos encontrar
coincidencias y disidencias en un candidato, lo importante es involucrarse
porque si no votamos no tenemos el derecho a controlar. Si votamos a “nadie”,
¿a quién le exigiremos que cumpla con sus responsabilidades?
11.
“Votar ideologías en vez de proyectos”. Muchas veces nos sentimos “tentados” a seguir a los
muertos como si ellos pudieran gobernar, otras veces nos creemos el “verso” de
las ideologías vacías de contenido. Me refiero a esas incongruencias como los
que predican la austeridad y viven en la opulencia, o cambian los ideales de
acuerdo a su conveniencia o la situación de turno. Es tan difícil hoy en día
saber donde están las izquierdas, derechas y centros, que cualquiera de
nosotros podría caer en el error de sesgarse o cerrar su mente y despreciar una
idea brillante porque no es de tal o cual origen, ¿Por qué no evaluamos
“proyectos” en vez de palabras vacías?, si lo hiciéramos, obligaríamos a los
candidatos a desarrollar “plataformas programáticas, incluso hasta con fechas
de iniciación y culminación de obras”. No es más fácil para nosotros y difícil
para ellos preguntarle, cuáles son sus proyectos en materia de…, con que piensa
financiarlos, cuales son los plazos de cumplimiento y quien estará a cargo?
Revisar
los propios errores significa entender porque nos va como nos va, y o me
refiero solamente a esta parte del globo.
Somos
sujetos, por supuesto es difícil ser imparciales y despojarnos de la simpatía
por las personas, o por el carisma, pero no por eso debemos convertirnos en
“estúpidos”. El voto es una de las pocas herramientas que tenemos los
ciudadanos para hacer valer nuestros derechos. Durante décadas hemos creído que
la cantidad era igual a la calidad, que una buena jornada democrática estaba
establecida por el número de votantes
que asistieron a las elecciones.
Aquí
no se trata de imponer el voto
calificado, sino de calificar nuestro voto. Se trata de “pensar, estudiar e
involucrarse”, se trata de exigir un plan de trabajo, un programa, en
definitiva, el que y el cómo.
Todavía
hay una parte de la clase dirigente que se escuda detrás de los líderes del
pasado y las ideologías inconsistentes.
Si existen, es porque parte de nuestras sociedades todavía piensan casi con
exclusividad en términos emocionales. Las sociedades fanáticas eximen de
responsabilidades a sus representantes. El fanático está dispuesto a
justificarlo todo. Esto no es posible si queremos vivir en la racionalidad.
Somos nosotros los que “elegimos”, somos absolutamente responsables de nuestros
actos y debemos aprender a cuidar nuestro poder porque solemos entregarlo con
mucha facilidad sin pedir que nos rindan cuentas.
Lic. Claudio M. Pizzi
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