La democracia en
Argentina nos ha hecho un flaco favor en lo que respecta al desarrollo
sustentable del país. Luego del advenimiento de la democracia en el 83, una
sucesión de hechos desafortunados que llegan hasta el presente, nos ha privado
a los argentinos de vivir en un país racional y en vías de crecimiento.
No es culpa del
sistema democrático el cual sigue siendo hoy aunque con grandes imperfecciones,
el mejor en términos de preservar los derechos y las oportunidades de los
ciudadanos. El problema de la Argentina es claramente su nivel de educación,
cultura y liderazgos. Estos conceptos son muy pobres si uno observa a la
sociedad y a los líderes elegidos por la sociedad para conducirla.
Cuando la sociedad se
acostumbra a ser gobernada por líderes mediocres, sin principios ni valores,
pero además, sin ninguna formación profesional que contribuya a una visión
amplia del mundo, la resultante es el estado actual de las cosas.
La forma para
acostumbrarse a la mediocridad es simple, es una suma de factores:
Mediocridad
= aceptación + justificación + exculparse
Aceptación:
Somos lo que somos.
Justificación:
pensar
en que las cosas van a seguir como están y nada cambiará, por lo tanto, me debo
conformar con lo existente.
Exculparse:
Echarle
la culpa a otros de lo que nos pasa (fondo monetario, fondos buitres, medios
periodísticos, determinada clase social, etc., etc.) sin aceptar que somos
nosotros los que tomamos decisiones (nadie nos obliga). Salir siempre exentos
de responsabilidades.
Esta fórmula ha
estado presente en buena parte de las décadas recientes y nos ha llevado al
acostumbramiento, y esto ha ocurrido no tan solo en términos macro sociales,
sino también en los ámbitos más sensibles a la producción que son el comercio,
los negocios y las actividades emprendedoras.
“Si
la realidad no se cambia, hay que adaptarse a ella”. Hemos
creado la cultura de la supervivencia. Y esto se nota en la economía en donde
la corrupción, la burocracia, las comisiones para arreglar por sobre la
legalidad, la evasión fiscal, la informalidad laboral, son parte del paisaje.
¿Por
qué llegamos a esto?
La respuesta es
porque nos hemos adaptado al status propuesto desde el liderazgo y la magra
gestión de las administraciones gubernamentales, llámense nacionales,
provinciales o municipales. Es la forma que encontraron las profesiones de las
ciencias económicas junto a los agentes económicos para sobrevivir y
sostenerse, por ello el profesional valioso en esta lógica, ha sido el que ha
encontrado en los vacíos de la ley, la posibilidad de hacer que su cliente,
pague lo menos posible y no fallezca comercialmente en el intento.
Todas las trampas reglamentarias
a la economía que se han tenido que sortear al presente no fueron gratuitas.
Hoy tenemos,
empresarios que no saben planificar ni conocen el largo plazo, profesionales
que no entienden de estrategias ni desarrollo sostenible, modelos mentales que
se encuentran más cerca de la reducción de costos que del crecimiento y el
compromiso por las políticas.
Las empresas sufren
los vaivenes de las “reglas económicas” que los afectan y por ende afectan la
economía.
¿Existe
un camino al desarrollo sustentable?
SI, claramente existe
tanto para el país como para las empresas, pero estamos obligados a reciclarnos
como profesionales, como ciudadanos, si queremos ayudar a la transformación.
Según The Good
Country index, creado por Simon Anholt, especialista británico en políticas
públicas, ha determinado, utilizando una amplia variedad de información de las
Naciones Unidas y organismos internacionales, que los tres mejores países del
mundo son Irlanda, Finlandia y Suiza. Completan la grilla de los 10 mejores, Holanda,
Nueva Zelanda, Suecia, Reino Unido, Noruega y Dinamarca. En este índice, la
Argentina queda en el puesto n° 57 detrás de Uruguay, Brasil y Paraguay. El
ranking evalúa las contribuciones de cada nación en siete áreas distintas en
función al tamaño de su economía. Las categorías estudiadas son: ciencia y
tecnología, cultura, paz y seguridad internacional, orden mundial, planeta y
clima, prosperidad e igualdad y salud y bienestar. El índice resalta la
importancia que los pueblos le asignan no tan solo a su propio bienestar sino
también al de toda la comunidad global. Entre los peores países se destacan:
Vietnam, Irak, Azerbaiyán, Angola, Zimbabwe, Indonesia, Benin, Venezuela, Yemen
y Libia, sobre un total de 125.
La
experiencia no será sencilla.
Es necesario
transitar por tres procesos de cambio encadenados. El primer cambio cultural es
el de dejar atrás el estado de supervivencia y pasar a la cultura del
desarrollo, lo que marcaría en nosotros, un deseo de cambio y superación. El
cuadro no es tan simple dado que nos hemos acostumbrado a esperar todo del
estado y de líderes negativos que consideran a la política como un proyecto de
inversión personal. Pasar de la cultura de la supervivencia a la cultura del
desarrollo, es aceptar las reglas de juego del mundo, dejar la adolescencia y
tomar decisiones sobre recursos,
personas y posiciones. En qué parte del mundo queremos estar, que lugar
en el mundo queremos ocupar a partir de una política de desarrollo y en función
a ello, trabajar duro para lograrlo. El tercer cambio es el más refinado de
todos, y es pasar de la cultura del desarrollo a la sustentabilidad, lo que
significa no tan solo ir detrás de la cantidad, sino también de la calidad.
Crecer no es lo mismo que desarrollarse, y desarrollarse no es lo mismo que
hacerlo de manera sustentable. La cultura del desarrollo sustentable debe ir de
la mano de políticas de estado coherentes, pensadas para el bien común, no tan
solo para un presente sino también para el futuro. El entorno en donde se
produzcan las negociaciones tendientes a desarrollarlas se deberá dar en el
marco de principios y valores racionales para que la competencia por el poder
no desaliente su aplicación y sostenimiento en el tiempo.
La
tarea es ardua y recién estamos por iniciarla.
Lic. Claudio M. Pizzi
Director
www.dorbaires.com
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