La
organización Family Firm Institute dio
a conocer una estadística de empresas familiares en el mundo, el rango de
compañías que son manejadas o que pertenecen a una familia es de 65 a 80%. En
Argentina, el tejido empresarial local es débil. Tenemos entre unas 800.000 y
900.000 empresas. De todas ellas, solo el 0,2% son grandes compañías. Más del
80% son microempresas. Estas últimas que nacen con un promedio de 3 empleados,
son las que generan buena parte del trabajo en la Argentina.
De
seguro, podemos encontrar muchas justificaciones sobre este cuadro, algunas
serán políticas, otras económicas, otras coyunturales. Todas ellas son válidas,
hablan de realidades nacionales y regionales. Quien podría negar los efectos de
la inflación, el retraso cambiario, la concentración, la competitividad, el
costo laboral, el logístico, el impositivo, podríamos seguir y de seguro
encontraríamos más elementos que justificarían una parte de nuestra realidad, pero
no es toda la verdad.
Los seres humanos, nacemos con el don de “soñar”.
Con la capacidad de imaginar un presente y un futuro. Desde la niñez, lo
hacemos en rebeldía, en libertad, sin que los riesgos inherentes a cualquier
camino que emprendamos, nos aparte de la idea. Con el tiempo, por diferentes
cuestiones, entre ellas, las que he nombrado, no son pocas las personas y
organizaciones que abandonan este saludable hábito, o lo reducen a la mínima
expresión, cayendo en simplificaciones, en sesgos mentales, en el “día – día”
operativo, en el cortoplacismo. Cuando ello ocurre, se pierde el norte y solo
existe la alternativa de la “supervivencia empresarial”. La otra parte de la
verdad tiene que ver con la falta de profesionalización de nuestras empresas y
con un elemento central, imprescindible para una organización. La planificación
estratégica.
Necesitamos emprendedores y empresarios Pymes que
se atrevan a soñar, y que tengan el conocimiento necesario para transformar ese
sueño en estrategias, planes, políticas y acciones concretas. Esta es la forma
para plasmar el sueño organizacional en una “estrategia de desarrollo y
crecimiento sustentable”. Dedicamos mucho tiempo a sobrevivir, y poco a crear e
innovar. A pensar la organización y proyectarla al futuro. La falta de
planificación estratégica significa entre otras cosas, la absorción de costos
innecesarios, por ejemplo, en el manejo de la contratación de personal, en un
inadecuada gestión fondos para la financiación de operaciones, en el pago de
sobreprecios a proveedores, en gastos innecesarios de comercialización, y en cantidades
industriales de dinero mal gastado en atención al cliente, devoluciones,
roturas, desmotivación, improductividad, etc.
Cambiar nuestra realidad no es tan solo
responsabilidad de los gobiernos nacionales y/o provinciales. Debemos hacernos
cargo de la parte que nos toca. De eso que no se habla en las reuniones de
directorio, si es que se llevan a cabo. Yo sé que lo primero que se le viene a
la cabeza al empresario PYME, cuando les hablamos de “planear, de compartir la
visión entre sus empleados” es, “como planificar en un país tan oscilante como
la Argentina. Y yo les digo que la Argentina, salvando las distancias, no es
tan diferente del mundo en el que hoy vivimos. Una de las cualidades de una
buena planificación estratégica, debería ser su nivel de flexibilidad y
adaptabilidad a los cambios. Es imprescindible para la PYME Argentina, aceptar
el desafío de desarrollar, dirigir y controlar, planes estratégicos. Esto es la
diferencia entre “sobrevivir” o “crecer y desarrollarse de manera sustentable”
en mercados cada día más dinámicos, complejos y exigentes.
Lic.
Claudio M. Pizzi
Director
www.dorbaires.com